Paso la tarde escribiéndote, es invierno y el frío es un cruel mortal de suspiros y antaños. Todo parece como un huracán en el desierto, ni las manos pueden responderme a mis súplicas, no puedo decirte nada, lo dejé todo marcado en las hojas muertas de un poemario. Los versos se ríen de mi memoria, están secos y a tientas, suspiran con arrojo de un tulipán, de un atardecer, ni es manera de agujerear los techos ante la salvedad de los abrazos. Una noche cuyo sopor me invita a una copa en el ropero, una metáfora escapada de ese violín, de esa partitura que pronuncia sílabas malditas de paisajes diurnos, flores , tinajas en las madreselvas, y una escapada sin amor en cuerpos entrelazados en el deseo. Me es infiel con mi saliva, es promiscua, casi tanto como la penuria de dar o pedir a cambio de ninguna moneda.
EL aire tiene el sabor de tu boca. Imploro. Es indagar en la respuesta, en la tangente, en la fraccion de un segundo en las horas. El aire no tiene sabor si lo alejo de tus labios. Un pintor. Un tejido sin telar. El aire malsano de la codicia de secuestrar los pómulos, el lecho, las piernas de los abrazos en tu colchón. El aire se escapa sin el sabor de tu regazo. Elegante, alquimia de un fluido arrogante en el saludo de tus gestos. Tu boca, mis labios, la codicia de ambos, el regazo, y el saludo, ¿cual? El que asfixia a la memoria.
¡Se me ha caido un diente y estoy tan impaciente! Lo pondre bajo la almohada ¡Habra sorpresa mañana! El raton peréz vendra y algo me dejará. Estara muy orgulloso porque mi diente es hermoso Me cepillo varias veces y espero a que regrese. ¡Ojala otro se caiga para que algo más me traiga!